Fiction: The magic flower (La flor mágica) [EN/ES]

«Finalmente he llegado hasta el papiro sagrado». La voluntad del arqueólogo lo ha llevado hasta lo más deseado en toda su carrera. Un proyecto que ha investigado durante casi toda su vida.

Se acercaba al altar a tomar el papiro. «Ten cuidado, Bill». Jerry, su compañero de aventuras le advertía.

«No creo que haya más peligros de aquí en adelante, solo hay que tomarlo con calma y...». En ese momento empezó a temblar la tierra.

Bill y Jerry salieron corriendo del santuario que empezaba a derrumbarse. Corrían sin parar buscando la salida, luego de mucho correr vieron por donde salir en tanto las piedras caían sin parar. Las antorchas empezaban a apagarse y una gran piedra cayó sobre la salida y todo se hizo oscuridad.

«¿Bill, Bill, dónde estás?». Las enormes manos de Jerry tanteaban el suelo.

«Aquí estoy, Jerry. Estuvimos con mucha suerte de no ser aplastados».

«En eso tuvimos suerte, pero ahora, ¿cómo saldremos? Estamos atrapados en este lugar». Bill no podía ocultar su preocupación.

Bill seguía tanteando, para encontrar a su compañero. «Espérame un momento, Bill, ya estoy contigo. No dejes de hablar». Por una de las paredes tocó un palo que sobresalía, se afianzó sobre ese y sintió que se bajaba.

En un parpadear, el suelo desapareció y los hombres caían sin parar. Los gritos se ahogaban en aquella oscuridad terrible. Después de unos momentos, Bill y Jerry abrieron los ojos y miraron un salón enorme con antorchas por todos lados.

Tenía columnas de mármol, pisos tan brillantes como el cristal, alrededor colgaban telas de seda que bailaban ante la más mínima brisa. Bill se levantaba y llamaba a su amigo. «Mira, Jerry, este lugar es alucinante parece salido del mas espectacular sueño que haya podido».

Despertando totalmente, dijo, «¿De quién es esta belleza que embelesa los ojos?».

Bill se movía por entre las columnas y al fondo vio un altar. «Jerry vamos a ver eso que brilla en el altar».

Los dos hombres corrían por el gran salón dirigiéndose al altar. Al llegar vieron una hermosa flor que brillaba dentro de una urna de vidrio. Los hombre no podían creer lo que estaban viendo, por más que miraban, seguían maravillándose por tan bello espectáculo.

«¿Qué crees que sea, Bill?». Preguntaba Jerry, en tanto sus ojos parecían salirse de sus orbitas.

«No tengo la menor idea. Pienso que debemos sacarla de esa urna, pare ver mejor de lo que se trata». Billy miraba con mucho detalle la urna viendo por donde se abría.

Bill no pudo encontrar como sacar a la flor y en ese momento, el papiro empezó a brillar. Mostrando a los hombres los jeroglíficos y en estos dibujos la flor apareció. Jerry mirando aquellas inscripciones dijo. «Según esto, dice que aquella es la flor mágica de Osiris y que al portador le dará un deseo».

«¿Un deseo?». A Bill se le iluminaban los ojos.

«Un momento, Bill. Debemos ir con calma, recuerda todo lo que hemos pasado». Jerry trataba de instar a su compañero.

«Tranquilo, Jerry. ¿Qué podría salir mal?». Bill tomaba la urna de cristal y empezaba a analizar como abrirla.

«Bill, te lo suplico. Ten mucho cuidado con eso». Jerry tomaba de los hombros a su compañero.

Bill se enojaba y sin darse cuenta dejo caer la urna de cristal. Los hombres quedaron expectantes, como si el tiempo fuera más lento. Los ojos seguían la trayectoria del recipiente de cristal al encuentro con el suelo.

La fragilidad del cristal se hizo evidente cuando el vidrio acarició a la tierra. Los millones de trocitos de cristal que volaban por el lugar, y Jerry no podía creer lo que había pasado. En ese momento, la flor caía a un lado y el rojo carmesí se hacía las fuerte. Jerry tomaba la flor y la colocaba en el altar con mucho cuidado.

«No hay mal, que por bien no venga», decía Bill a su compañero quien lo veía con cara de pocos amigos.

«Ahora, vamos a ver si la leyenda es cierta. Pidamos el deseo». Jerry buscaba el papiro tratando de saber si en aquellos jeroglíficos, podían develar el secreto para activar el poder de la flor mágica.

«Mira, Jerry. Este dibujo muestra al sacerdote con los brazos en alto. Tal vez solo pedir el deseo y ver qué pasa». Bill indicaba en el papiro los jeroglíficos.

«El jeroglífico advierte que los deseos pueden tener consecuencias, muchas veces no tan agradables. Deben ser sabios al elegir lo que desean». Jerry leía el papiro con mucha atención. «Creo que debemos ser cautos con esto».

«Yo pienso que solo son cuentos. No creo que esta delicada flor tenga el tanto poder». Bill empezaba a moverse alrededor de la flor.

«¿Qué pretendes hacer, Bill?». Los ojos castaños de Jerry se abrían al máximo.

«Solo quiero saber si la leyenda es cierta». En los ojos de Bill se reflejaba el rojo escarlata se reflejaba. «Solo será un deseo pequeño y sin consecuencias. Jaja».

«Detente, Bill, piensa muy bien lo que vas a hacer».

«Deseo, deseo...». Bill miraba a Jerry y luego sonreía. «Deseo...». El hombre cerró los ojos, tomo la flor mágica y la llevo al cielo, tal como estaba en los jeroglíficos.

De pronto la flor se elevó por los aires, y el rojo carmesí empezó a iluminar todo en el salón. Se hizo tan incandescente que los hombres no podían tener los ojos abiertos. Todo se volvió carmesí y los hombres gritaron, cuando trataron de escapar todo desapareció.

Bill abrió los ojos lentamente y divisó un paisaje muy hermoso, escuchó una voz a su lado. «¿Qué deseaste, Bill?». Volteo la mirada y espantado vio a su amigo, era un anciano como de unos mil años. Era esqueleto sobre piel y una barba blanca y larga que le llegaba al pecho. «¡Que viejo estás!».

«Dios mío, nos convertí en viejos que no podrán morir, pero nuestros cuerpos no aguantaran el paso del tiempo». Bill se tocaba el rostro.

«Ahora estaremos aquí por siempre, hasta quedar reducidos a un átomo y seguiremos viviendo así. Las consecuencias de los deseos, ahora lo entiendo».

«No, puede ser. Solo quería vivir por siempre y ahora será nuestro castigo. Perdóname, Jerry».

Aquellos viejos milenarios se fueron fundiendo con el paisaje poco a poco y se convirtieron en árboles que desearon desesperadamente la muerte, pero nunca lo iban a conseguir.