Fiction: Thomas and the mouse (Tomás y el ratón) [EN/ES]

«¿Qué es esto?», pensaba Tomás.

El hombre vio unas pequeñas bolas negras, al acercarse más para mirar mejor, se dio cuenta que eran los excrementos de un ratón. Tomás hacía unos gestos de desagrado, en tanto iba a buscar los implementos de aseo para recoger los pequeños regalos del habitante indeseado.

«Maldito animal, te encontraré y te enviaré con tu creador. Lo voy a disfrutar mucho. Jaja». Tomás seguía en su soliloquio de odio y desvariaba un poco de la realidad.

Al terminar de recoger los desagradables desechos, Tomás se dirigió a su sillón para disfrutar un rato de la calma y el sosiego. Encendió el televisor y los rayos luminosos bañaban el enorme cuerpo obeso y una incipiente barba mal recortada en las mejillas. Además de una pequeña calva que adornaba la parte de la coronilla.

Él miraba una película, luego de unos minutos los ojos se iban cerrando, había entrado en un ciclo inesperado, los ojos se cerraban a voluntad propia y Tomás luchaba por mantenerlos abiertos. En esa continua lucha entre la realidad, y los sueños se fue desvaneciendo, y el hombre quedó sumido en un profundo sueño…

Abrió los ojos y se vio dentro de una madriguera, era estrecha y maloliente, pedazos de queso estaban esparcidos por el piso. Se acercó a coger uno y luego escuchó una voz chillona, «Deja eso ahí».

Tomás soltó el trozo de queso en un brinco de espanto. «¿Quién... anda... ahí?».

«No te asustes. Soy un compañero tuyo, pero no me gusta que toquen mi queso, debes ganar el tuyo. ih, ih, ih...».

«¿Ganar el mío?». Los ojos de Tomás estaban exaltados.

«Sí. Debes ganar tu queso para poder comer, de lo contrario te mueres del hambre, ih, ih, ih...». El ratón se acercaba a Tomás. «Ven, mira hacia ese mesón. Todas las mañanas el humano saca el queso y mientras se va, yo salgo corriendo a toda prisa y tomó un pedazo pequeño, antes que el humano me mire y regreso a toda velocidad a mi madriguera». El pequeño ratoncito se movía como si estuviera presentando una función de circo.

«Parece muy complicado todo eso». Tomás miraba al ratón moverse de un lado a otro.

«No lo es, lo que es peligroso y de lo que se debe tener cuidado es de ese horrible gato». El ratoncito salía con sigilo haciendo señas a Tomás para que fuera.

En ese momento, el ratón apuntaba al gato negro de ojos verdes, con unos largos bigotes y un maullido que retumbaba en todo el lugar. El felino estaba echado, durmiendo la siesta en su cama hecha de una cesta de mimbre.

«En estos momentos, aprovecho para poder ir a tomar mi queso. Mira y aprende. Ih, ih, ih ». El ratón salía rápidamente.

Los pasos del pequeño se movían diligentes por el piso de cerámica blanco con pintas cafés. Se detuvo por un momento para mirar al gato, al confirmar que seguía dormido, procuró seguir adelante hasta llegar a su destino. Vio el queso, era muy suculento. El olor era muy hechizante.

El ratoncito se levantaba y miraba al gato, quien seguía durmiendo plácidamente. Tomó un trozo de queso y emprendió la huida. En pocos minutos el ratón entraba velozmente. Miró a Tomás y sonrió. «Eso es todo lo que hay que hacer para conseguir un poco de queso. Ih, ih, ih».

«Fuiste muy rápido, ratoncito. Me gustaría igualar tu velocidad». Tomás corría de un lado a otro, calentando los músculos.

«Inténtalo y corre lo más rápido posible. Solo así podrás igualarme». El ratón apuntaba hacia la salida.

Con mucha confianza, Tomás salió corriendo, a la mitad del camino, alzó la mirada y vio al gato que seguía durmiendo. Prosiguió su marcha a toda velocidad, llegó hasta el queso y miró aquella delicia. Tomó un poco y se lo llevó a la boca. Miró hacía la madriguera, y el ratón hacía señas de forma desesperada.

Tomás miraba la cama del gato y la vio vacía. Los ojos de Tomás parecían salirse de sus órbitas y después de comer un poco de queso salió corriendo a lo más que pudo. Sentía su respirar más agitado que la primera vez, y el corazón parecía un caballo desbocado, palpitando descontroladamente.

La madriguera estaba a unos cuantos pies, sentía que lo podía hacer, agachó la cabeza y siguió corriendo, su vida dependía de lo rápido que podría llegar a ser. Sin darse cuenta estuvo en el umbral de la madriguera y le dijo, «Mira, Ratón, lo logré...». En ese momento, sintió que lo jalaban con una fuerza tremenda.

El ratón se asomaba a la puerta de su madriguera y miraba al gato llevarse a Tomás a su cama, la cesta de mimbre. El pequeño roedor podía escuchar los gritos de Tomás pidiendo ayuda, agachó la cabeza y se metió a la madriguera.

Mientras tanto Tomás sentía que estaba perdido y miraba a los ojos verdes del gato, que no mostraban ninguna compasión. La lengua del felino se paseaba de un lado a otro y abrió la boca mostrando los afiliados colmillos. Tomás cerró los ojos y empezó a llorar, como si sus lágrimas fueran de algún modo la salvación de aquel destino terrible.

De pronto, Tomás escuchó un chillido y sintió que podía moverse, abrió los ojos. El ratón estaba mordiendo la cola del gato, «¡Corre!», gritaba desesperado.

Tomás sintió la adrenalina correr por todo su cuerpo y empezó a correr a toda velocidad alejándose del gato. El felino furioso se volvía hacia el ratón y empezaba la lucha. Tomás miraba la madriguera y estaba a unos pocos metros de llegar.

Solo podía escuchar el maullido furioso del gato tratado de atrapar al ratón. Tomás llegó hasta la madriguera, cayó tendido en el áspero suelo de madera tratando de regular su respiración agitada, mientras afuera se escuchaba una persecución mortal.

Tomás se acercó hacia el umbral de la madriguera y vio al ratón correr rápidamente hacia donde él estaba. «Corre, corre, ratoncito, ya vas a llegar». Tomás gritaba a todo pulmón.

Las pequeñas patas del roedor se movían rápidamente. El gato furioso iba tras él tratando de no perder su comida, a unos escasos centímetros, Tomás abría los brazos para recibir al pequeño ratón. Todo parecía pasar en cámara lenta para Tomás, quien seguía gritando al ratón.

El pequeño roedor llegaba a los brazos de Tomás, quien sonreía de ver a su amigo, pero en ese momento la garra oscura del felino lo arrebato de sus brazos...

«Ih, ih, ih».

Tomás abría los ojos sobresaltado y miró en su barriga al pequeño ratón. Los ojos negros del roedor miraron fijamente a Tomás y este sonrió al animalito que ya no le parecía tan desagradable después de todo. Posó su mano en el suave pelaje gris del animal y le dijo. «¿Quieres un poco de queso?».

«Ih, ih, ih».