Fiction: The game (El juego) [EN/ES]

«Antony, por favor baja». La madre llamaba a su hijo.

«Ya voy madre». Se oía la voz infantil del pequeño.

Antony era un niño de 10 años, que estaba entrando en la pubertad. Sus risos castaños caían por la frente adornada con pecas que parecían manchas de pintura de un café tenue. Los ojos castaños se fijan en los tenis blancos con algunas manchas de lodo. Con sus pequeñas manos sujetaba los cordones desgastados y les hacía un nudo doble.

Saltaba de la cama que tenía una manta de un famoso jugador de fútbol, al igual que la decoración de su cuarto. Aquel juego era la pasión de Antony quien vivía, comía y soñaba fútbol. Antony abría la puerta que hacía un chirrido desagradable, pero el chico no tenía tiempo para que aquel sonido se convirtiera en una molestia.

«Antony, segundo llamado». La madre soltaba un pequeño disgusto en el tono de voz.

«Voy, voy, voy, querida mamá». Antony bajaba como de rayo.

«Joven, no me hagas enojar, porque ya sabes cómo me pongo». Su madre fruncía el ceño.

«Oh, que vemos en el horizonte. Nave a tierra, se ve una mamá gruñona. Jaja». Antony bromeaba con su madre.

«Sigue burlándote, niño, y no te dejare ir a jugar fútbol con tus amigos».

«No, no, no. Ya no más, señora». Antony abrazaba a su mamá.

El chico sabía como calmar a su madre después de cada dicho o hecho que no era del agrado de ella. Antony rodeaba el pequeño comedor de sillas blancas de cedro, muy fuerte, hecho para durar en el tiempo. El niño halaba una silla y se sentaba rápidamente.

«Antony, no me digas que nuevamente vas a salir y a dejarme sola». La madre hacía un puchero estirando los labios de un tono color rosa.

Sofía había dejado al padre de Antony después de haberlo encontrado con su mejor amiga, siéndole infiel, después de eso decidió criar sola a su hijo. Los ojos miel se perdieron por un momento en aquellos pensamientos, que a pesar de los dos años, aún le duele y enoja.

La madre servía los deliciosos platillos preparados con mucho amor. Las papas con salsa, arroz y un pedazo carne asada ocupaban el espacio del plato. Un vaso con delicioso jugo acompañaba la creación culinaria. Antony devoraba con una prisa sin igual los alimentos y luego el jugo desapareció en cuestión de segundos.

«Hijo, por Dios trata de comer más despacio o te dará algo». Sofía hablaba con dureza.

«Perdón, mamá. Es que voy a salir con mis amigos a jugar fútbol y se me hace tarde». Antony estiraba el rostro y mostraba un puchero.

«Esta bien, joven». Sofía sabía que el fútbol se había convertido en una ventana se escape para Antony, después de la separación.

«Iremos a la cancha del vecindario y jugaremos contra los niños del barrio vecino. Siempre nos molestan diciéndonos que son mejores.

«Ay, hijo, no debes acongojarte por eso. Lo único que debes hacer es disfrutar del juego y los momentos de alegría con tus amigos». Sofía tomaba un vaso de agua helada.

«Es un juego por el honor, no debes olvidarlo. Los cimientos de nuestra sociedad se sacuden y el juego del siglo será decisivo para la supervivencia. Jaja». Antony gesticulaba con un político en campaña.

«Que cosas con estos niños, jaja». La madre no podía contener la risa. «Solo disfruta del juego, jovencito».

«Tú mandas jefa». Antony hacia un saludo militar y se iba alistar para el gran partido. El short de color caqui y una camisa blanca con el número 9 estampado en la espalda, lo esperaban. Rápidamente se mudó de ropas y estuvo listo para el juego.

Sonaba el teléfono. «¿Antony, ya estás listo? Se nos hace tarde».

«Michael, ya estoy listo, en veinte minutos estoy contigo».

«Que sean menos. Los chicos están llegando. ¡Apúrate!».

El chico salía corriendo de la habitación. Se despedía de su madre y se iba como un rayo. Luego recordó algo muy importante y volvió con la respiración agitada, fue hasta la cocina y tomó un poco de leche de la nevera.

«No podía irme sin tomar mi líquido de súper poder, de lo contrario no ganaré». Le decía a su madre mientras le entregaba el empaque vacío.

«Jaja, eres un niño muy comediante». Sofía miraba al niño en una pose de fisicoculturista.

«No te burles, mamá. Ahora me voy, se me hizo tarde». Antony salía corriendo sin decir más palabras.

«Antony, Antony…». La voz de la madre se perdía en la lejanía.

Antony llegaba al gran juego y todos los chicos empezaron a calentar. «Disculpen la tardanza muchachos. Ya estoy aquí».

«Antony vas en la delantera. Contamos con tus goles». Michael organizaba el equipo para el juego.

Después de unos minutos, el partido empezaba y los chicos corrían por la cancha, Antony iba de un lado a otro y de repente sintió un pequeño dolor que lo incomodaba, no le prestó atención y seguía tras el balón. Los minutos pasaban y el dolor se hacía más fuerte.

La velocidad del chico se hacía más lenta y ya no podía quitar el balón con fuerza. El sudor corría por la frente de Antony y su amigo Michael le gritaba. «¿Antony, que te sucede?».

El chico hacia un gesto positivo con el pulgar, pero dentro de su organismo algo crecía y lo hacía sentir más y más incómodo. El dolor golpeaba el estómago cíclicamente con más fuerza cada vez. Antony no quería abandonar el partido y en su necedad pensó que podía terminar el juego.

Su forma de caminar se había hecho irregular y no se detenía, siempre estaba en movimiento. En un momento Antony recibió el balón y quedo solo frente a la portería. Sacó fuerzas de su flaqueza y disparó hacia el arco con una tremenda velocidad. El portero no pudo hacer nada y fue el primer gol a pocos minutos de terminarse el partido.

Todos gritaron y abrazaron a Antony, en ese instante el chico sintió unas ganas terribles de ir al baño lo único que pudo hacer fue salir de la cancha corriendo a toda velocidad. Michael llamaba a su amigo, pero este se iba sosteniendo el trasero con las manos.

Sofía llegó hasta la cancha y vio a su hijo. «¡Madre, madre! Conduce rápido, por favor».

Sofía llegó en tiempo récord a la casa, y Antony salía como alma que lleva el diablo, mientras el sudor corría profusamente por su rostro. Buscó el baño desesperadamente y luego una serie de sonidos intestinales invadían el pequeño cuarto.

Sofía soltaba una pequeña sonrisa, mientras Antony salía desmejorado, pero tranquilo. «No te preocupes, cariño. Ya te estoy preparando un remedio para el malestar estomacal. Aquella leche estaba vencida y no me escuchaste. Jaja».

«Debo admitir que la leche pasada me hizo ganar el partido, pero casi me hace quedar en ridículo con mis amigos. Jaja». Antony se reía débilmente.

«Descansa, mi niño héroe. Con el remedio te sentirás mejor». Sofia le daba un beso en la frente.