Fiction: Apparitions (Apariciones) [EN/ES]

El día gris avanzaba en sus horas. La lluvia pertinaz caía sobre los dolientes y sus vestidos negros decoraban el lúgubre paisaje, que se extendía por las rucias lápidas con nombres desconocidos y que estaban allí como testigos silenciosos de los nuevos visitantes, que pasaban a formar parte de aquel lugar de descanso eterno.

El padre decía algunas palabras. «Hermanos, hoy estamos reunidos para despedir a nuestro hermano en la fe, Harry. Un gran esposo, padre y hermano que hoy ha partido al encuentro con el señor...».

El padre seguía dando su sermón a los dolientes, quienes seguían lamentándose por la pérdida de su ser amado. Los árboles bailaban con la suave brisa helada que se sentía en los huesos, penetrando tan hondo como el dolor de la partida.

Los paraguas negros protegían a los asistentes de la lluvia pertinaz que caía con dirección a la oscura y pegajosa tierra y servirá para tapar al féretro de cedro, brillante y con un bello color miel que resaltaba la madera.

La anciana esposa encorvada por el paso inexorable de los años, miraba como descendía el féretro hacia el hueco cavado por los sepultureros. Los ojos plomos maltratados por los años, soltaban algunas lágrimas salinizadas por la inmensa tristeza, acompañada de algunos sollozos soltados en el aire apesadumbrado.

Los lamentos recorrían el campo santo mientras las palas cubrían el féretro de la vista de los dolientes, y las rosas se iban intercalando entre la tierra mojada que llenaba aquel estrecho espacio. Los llantos se hacían más sonoros conforme los sepultureros terminaban con su trabajo, todos sabían que ese era el final de una vida que marcó a muchos y hará falta por el resto de sus vidas.

«Vamos, madre. La lluvia te hará mal». Nicolai tomaba suavemente del brazo a la anciana.

Ella con el rostro demacrado de tanto dolor, bajaba la mirada acompañando sus pasos lentos y cansados. No quería voltear a mirar a atrás porque sabía que era más dolorosa la despedida y siguió adelante del brazo de su hijo. Rogó porque aquella realidad fuera una ilusión efímera, pero el viento gélido era un recordatorio de aquella fatalidad que estaba viviendo.

«Nicolai, lleva a nuestra madre a la casa. No olvides darle su medicamento y dejarla que descanse», le decía su hermana Susy.

«No te preocupes, Susy». Nicolai seguía caminando con su madre hacia el auto.

Susy se perdía en el horizonte mientras madre e hijo seguían con su peregrinar en silencio, sin que ni una palabra saliera de sus aturdidos labios, solo los gestos mostraban una comunicación rústica, pero suficiente para entenderse entre ellos.

La lluvia había cesado en tanto Nicolai abría la puerta del auto gris plateado para llevar a su madre. La pequeña anciana con una paciencia casi infinita, subía internándose en aquel espacio con olor a flores primaverales.

Una pequeña frase rompió la monotonía. «A tu padre le gustaba la lluvia».

«Lo se madre». Nicolai metía la llave en el interruptor de encendido.

El sonido del motor rompió el silencio reinante y empezó a moverse hacia su destino. Después de unos minutos, llegaron hasta la casa de madera, pintada con un amarillo que se había opacado por el paso del tiempo. La puerta hacía un chirrido al abrirse como si diera la bienvenida a los dos.

Al entrar no evitaron ver la mecedora café donde el fallecido pasaba las tardes, contemplado la vida pasar. De pronto, la madre tuvo un ataque de nervios y empezó a llorar descontroladamente. Nicolai intentaba calmarla, pero ella se aferraba a aquella mecedora, tal vez intentando traerlo de vuelta.

«Cálmate, mamá, por favor». Nicolai abrazaba fuertemente a su madre.

«Hijo, no podré seguir adelante sin la compañía de tu padre». La anciana seguía llorando profusamente.

«Desahógate, madre. Tienes derecho a llorar la pérdida de tu compañero de vida».

La madre se cansó de llorar junto a su hijo y quedo dormida. Nicolai la llevó a la habitación y suavemente la dejó sobre las sábanas blancas. La arropó para que el frío que circulaba por la casa no la enfermara. Caminó en puntillas casi como pisando el aire para evitar hacer algún ruido y perturbarle el sueño.

La noche empezaba a caer raudamente por aquella casa llena de recuerdos. Se paseó por la sala y vio la mecedora moverse, dio dos pasos atrás cayendo de espaldas. Se sobó los ojos y quiso salir corriendo, pero una voz se escuchó en el silencio de la sala.

«No tengas miedo, Nicolai». Un espectro bañado por una luz brillante se acercaba a Nicolai

«¡¿Quién eres?!», gritaba el hombre.

«Soy tu padre, Nicolai».

Por alguna razón, Nicolai ya no tuvo miedo, las lágrimas fluían en un dolor que estrujaba la garganta. El padre tocaba al hijo haciendo que se calme, Nicolai en ese instante sintió una gran paz que calmó su angustia.

«¿A dónde fuiste?». Nicolai se sentaba en el sofá de cuero café.

«Fui a un lugar maravilloso, donde el sufrimiento no existe y la felicidad es el alimento de todos». El espectro se colocaba al lado del Nicolai.

«¿Es el cielo?», preguntaba curiosamente.

El espectro sonreía y luego decía. «He regresado para decirte algo».

«Padre, soy todo oídos». Nicolai lo miraba fijamente.

«Tu madre pronto estará conmigo en este lugar maravilloso. Cuídala lo que le falta de vida».

Las lágrimas volvían a fluir por el rostro de Nicolai, «No llores, Nicolai. La vida termina y debemos volar». El espectro flotó y sonrió. «Se feliz y disfruta de tu madre, hijo».

El espectro desapareció y Nicolai quedó desmayado en el sillón. Luego sintió una mano cálida en su mejilla, abrió los ojos y la sombra se hizo clara, era su madre.

«Mamá, te amo mucho». Nicolai abrazaba a la dulce anciana.

«¿Qué paso? ¿Te quedaste dormido?». La madre quedaba sorprendida.

«Tuve un bonito sueño con mi padre, madre».

«Yo también, hijo. Me dijo que no me entristezca y disfrute de ustedes». La madre abrazaba a Nicolai. «¿Y tú que soñaste?».

«Mi padre me dijo que te cuidara mucho y disfrute de ti». Nicolai sonrío.

Nicolai cuidó a su madre tal como lo dijo su padre aquella noche, hasta un día de abril lluvioso, ella debió partir al lado de su esposo. Nicolai miró al cielo y por un momento vio a sus dos padres felices en aquel maravilloso lugar.