I told you! - Ladies of Hive Community Contest #245 [ES|EN]

Una amiga me llamó llorando. Tema pareja. Ya la había escuchado algunas veces antes y en una de esas charlas, le había dicho lo que pensaba. Con cariño, pero de forma muy directa, le dije "que esa relación ya estaba desgastada, que quedarse ahí era seguir alimentando un patrón que le dolía y que no hacer nada también era elegir". Al poco tiempo como se veía venir, terminaron pero quedaron viviendo en el mismo espacio, lo que tampoco terminó bien.

Cuando sonó el teléfono de nuevo, yo ya sabía por dónde venía. Me lo imaginé antes de que dijera una sola palabra. Me contaba lo que había pasado. Una pelea fuerte, después de un encuentro de su actual ex con una tercera persona. Un final bastante doloroso. Y yo, sin pensarlo demasiado, le dije:

“Te lo dije.”

Lo solté así, sin anestesia. Porque me salió. Porque sentía que eso también era parte de mi límite. Porque en el fondo (y esto lo vi después) no sabía qué más decirle sin caer en el mismo drama.

Ella se quedó en silencio unos segundos. Después siguió hablando, pero algo se rompió en ese momento.

Para esta semana me gustaría responder ambas preguntas que nos trajo @cautiva-30. TE lO DIJE!

Desarollo...

Al tiempo, en otra conversación más tranquila, me dijo que se sintió muy enfadada conmigo cuando le dije eso. Y la entendí. Entendí su enojo. Y también me entendí a mí.

Obviamente no se lo dije para hacerla sentir mal. Ni para que viera que yo “tenía razón”. Se lo dije porque me costó sostener el lugar del testigo. Porque me vi atrapada entre querer ayudar y querer alejarme de esa energía. Y a demás porque, honestamente, el victimismo me pone en alerta.

Cuando alguien se instala en el papel de víctima (y no hablo de estar triste o de pasarla mal), sino de ese lugar donde uno se desconecta de su propio poder, a mí me genera rechazo. Porque lo he vivido muchas veces cerca, y también en mí. Y porque sé que muchas veces el victimismo es una forma pasiva de manipular o de no hacerse cargo, al final igual vamos en algún momento a tener que tomar las riendas de la situación emocional y sacarnos a nosotros mismos de ahí.

Esa llamada fue un espejo muy claro. Yo, desde afuera, ya había visto venir la caída. Ella, desde adentro, había elegido, aunque no lo admitiera, quedarse ahí. Y cuando todo se desbordó, nos encontramos desde lugares muy distintos.

Decir “te lo dije” es fácil.

Lo difícil es sostener la escucha cuando el otro elige distinto a lo que tú ves claro. Más aún cuando esa elección nos trae al dolor.

En ese momento donde pudo expresarme su sentir me enfrenté a algo incómodo, yo, que acompaño procesos emocionales, que ayudo a otros a verse, ¿desde qué lugar lo estaba haciendo? ¿Desde el amor o desde el ego de pensar que yo sé lo que es mejor para el otro?

Esa pregunta me caló hondo. "Mucha arrogancia" (me dije a mi misma). Porque, aunque no me gustaba admitirlo, durante mucho tiempo me coloqué en el lugar de quien “ve más claro”, “advierte”, “acompaña con conciencia”, cuando en realidad, muchas veces, me cuesta ver que cada quien necesita vivir su propio proceso a su manera y a su tiempo.

Y que no soy nadie para interrumpir eso con mis consejos, por más bien intencionados que estén.

Trabajar como terapeuta, acompañar a otros, me ha hecho ver el límite fino entre el apoyo y el control. Entre estar disponible y querer que el otro no sufra. Y es que el dolor no siempre es malo. A veces es lo único que realmente nos despierta.

Yo, como todos, también he necesitado que me duela, muchas veces, es más siendo muy honesta con esta misma área de la pareja he transitado los mismos conflictos que mi amiga transito, y no antes, después, aún sabiendo todo lo "que se". Y en esos momentos, cuando escucho “te lo dije”, noto con claridad que no me ayuda, al contrario, me lleva a sentirme peor, juzgada por mi misma por haber elegido "mal".

Tiempo despues...

Igual que mi amiga, el dolor paso y lo veo con otra conciencia.

Por eso, desde esa conversación, me hice la promesa de no volver a decir “te lo dije” mucho menos en una situación que requiere de estos cuidados.

No porque esté mal decirlo, sino porque no suma. No construye. Y si realmente quiero estar al servicio de algo más grande, de algo amoroso, tengo que estar dispuesta a dejar de tener razón.

Ahora, cuando alguien se cae y me llama, intento respirar antes de responder. Escucho, como me han escuchado a mí, aun cuando yo misma he sentido demasiado tonta con mis acciones. Ahora me dispongo a preguntarme, si siento que hay espacio real para hablar. Y si no tengo nada bueno o compasivo que decir, me recuerdo que el silencio antes que el juicio es siempre una sana elección. Después de todo no estoy aquí para salvar a nadie.

Caminamos juntos, por eso si no puedo o no quiero en un momento determinado acompañar, también es válido nombrarlo. De esta forma evito herir al otro y a su vez a mi misma desde la obligación.

Para responder la pregunta n2 y aprovechando de que puedo enlazarlas, hay tres seres que me enseñan cada día sin hablar...

Los gatitos con los que vivimos.

Tenemos tres. Dos hembras y un macho, cada uno, a su manera, me ha mostrado algo.

Los gatos no te dicen “te lo dije”. jajaja
Ni te siguen el drama. No te explican cómo deberías sentirte.

Te observan.
Se quedan cerca si les nace.
Se van si no.

No buscan complacer.
No se meten donde no los llaman.
No cargan con lo que no les pertenece.

Y sin embargo, están.
En su presencia, en su cuerpo, en su ritmo.

Viven sin apegos, no desde la frialdad, mas bien desde la sabiduría de que todo pasa y la vida continua. Ellos siempre van a estar bien, somos nosotros los que en ocasiones por culpa nos confundimos en pensar que ellos también se aferran.

Muchas veces alguno de ellos se acerca y se acuesta cerca. Cuando estoy en paz, confundida, cansada o frustrada, solo descansando.

Sin invadir.
Sin opinar.
Sin corregirme.

Vienen se acuestan y todo se convierte en presente, ahí entiendo que esa es la forma más pura de acompañar.

Si pudiera elegir un animal, sería con los gatos. Porque siempre aprendo de ellos, a estar sin dominar. A amar sin absorber. A presenciar sin resolver.

Y sobre todo a confiar en que cada quien como yo tiene su camino.

Su forma de aprender.

Ese momento crucial con mi amiga, me mostró que tener razón no me hace más sabia. Que hay algo mucho más valioso que tener la respuesta "saber estar sin imponerla".

Y aunque en ese momento no supe hacerlo mejor y aunque puede que aun queden vestigios de esas memorias, esa experiencia fue parte de mi entrenamiento para convertirme en alguien más honesto, más humilde y más amoroso.

Sin perfección.
Sin manuales.
Con la conciencia de que la sabiduría también se aprende cagándola.

Y que a veces, la mejor ayuda no viene de decir “te lo dije”,
sino de poder decir, después de todo:

“Estoy aquí, si me necesitas.”

Fotos de mi autoría, paseando por mi vida y tomadas través del lente de mi teléfono

Traducción hecha en gran parte con ayuda del traductor Deepl